Evangelio 24 de septiembre, Virgen de la Merced.

En aquel tiempo, se celebraba una boda en Caná de Galilea y estaba allí la madre de Jesús. Fue invitado también a la boda Jesús con sus discípulos. Y, como faltara vino, porque se había acabado el vino de la boda, le dice a Jesús su madre: «No tienen vino». Jesús le responde: «¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora». Dice su madre a los sirvientes: «Haced lo que Él os diga». Había allí seis tinajas de piedra, puestas para las purificaciones de los judíos, de dos o tres medidas cada una. Les dice Jesús: «Llenad las tinajas de agua». Y las llenaron hasta arriba. «Sacadlo ahora, les dice, y llevadlo al maestresala». Ellos lo llevaron.

Cuando el maestresala probó el agua convertida en vino, como ignoraba de dónde era (los sirvientes, los que habían sacado el agua, sí que lo sabían), llama el maestresala al novio y le dice: «Todos sirven primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el inferior. Pero tú has guardado el vino bueno hasta ahora». Así, en Caná de Galilea, dio Jesús comienzo a sus señales. Y manifestó su gloria, y creyeron en Él sus discípulos.



Hoy celebramos a la Virgen de la Merced, fiesta en muchos sitios y muchos pueblos, también en Villaluenga, nuestro pueblo vecino.

Nunca un hijo pudo escoger a su madre, solo Cristo pudo hacerlo. Y como podía hacerlo, lo hizo con una perfección total y luego nos la dio como Madre nuestra.

La mejor prueba de que podemos conseguir nuestra meta, es María, la perfección del ser humano.
En el diálogo de amor entre Dios y el hombre se cruza la sombra del pecado, pero se cruza también la luz de un regalo divino, nuestra Madre que siempre está dispuesta a derramar sus mercedes, sus gracias sobre nosotros.

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