El cura no tiene horarios. Se levanta sacerdote y se duerme sacerdote

Los sacerdotes estamos hoy de enhorabuena porque se nos revela que nuestro sacerdocio se refiere a una Persona, no a una tarea operativa. Hoy es la festividad de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote. La diferencia entre el sacerdote levítico del Antiguo Testamento y el nuestro, es que aquel era propiamente una casta, con perdón, una selección de las doce tribus de Israel que vivía para andar pegados al ara de los sacrificios. Los levitas vivían un funcionariado de servicio al Altísimo, una consagración de familia elegida. Pero el nuestro, es un sacerdocio vinculado personalmente al Señor.

Aquí no tenemos horarios de 9 a 12 de la mañana y de 4 a 8 de la tarde. El sacerdote cristiano se ducha sacerdote y se duerme sacerdote. Es como el Señor, sin sitio donde reclinar la cabeza (entiéndase, que casa hace falta), no tiene horarios definidos ni programa de actuación, porque lo suyo no es una concejalía. La nuestra es la misión de descasar en el pecho del Maestro y abandonarse con Él a lugares apartados para saber cómo amar a la gente.

Si la alegría del Selor era colarse entre los hijos de los hombres para llevárselos cerca de Él, el sacerdote no puede ser menos. Es por naturaleza disfrutón, de Dios, de los demás y de su propia vocación. El teólogo Franz Jalics, en un libro reciente, “Jesús maestro de meditación”, dice que las tres dimensiones del amor: hacia los demás, hacia Dios y hacia uno mismo, están directamente entreveradas. El sacerdote equilibra con su proceder esta armonía.

Santa Teresa se pasó años buscando un sacerdote que la comprendiera, prefería los letrados y los sabios a los piadosísimos. Es normal, el listo sabe escuchar, como hace Dios con nosotros, y el piadosísimo puede andar más en su burbuja que en la atención que todo ser humano merece. El sacerdote se ordena esencialmente para transparentar el papel de Dios: escuchar el dolor de los demás y ponerse a consolar con la pericia del que ama de veras.

Javier Alonso Sandoica

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