Evangelio 30 de junio 2016

Lectura del santo evangelio según san Mateo (9,1-8):

En aquel tiempo, subió Jesús a una barca, cruzó a la otra orilla y fue a su ciudad. Le presentaron un paralítico, acostado en una camilla. Viendo la fe que tenían, dijo al paralítico: «¡Ánimo, hijo!, tus pecados están perdonados.» 
Algunos de los escribas se dijeron: «Éste blasfema.» 
Jesús, sabiendo lo que pensaban, les dijo: «¿Por qué pensáis mal? ¿Qué es más fácil decir: "Tus pecados están perdonados", o decir: "Levántate y anda"? Pues, para que veáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados.» 
Dijo, dirigiéndose al paralítico: «Ponte en pie, coge tu camilla y vete a tu casa."» Se puso en pie, y se fue a su casa. Al ver esto, la gente quedó sobrecogida y alababa a Dios, que da a los hombres tal potestad.


El Señor no hace milagros como fin en sí mismo, sino para que creamos en su Palabra y nos convirtamos.
Realmente es importante cuidar las cosas materiales y la salud, pero más importante es el alma, y Jesús cuando le llevan a este paralítico lo primero que hace es curar sus pecados. Ese es el gran milagro de la Misericordia del Señor: se olvida de todo lo que hemos hecho de malo en nuestra vida,  pero como tiene delante a gente que no se lo cree, tiene que hacer un milagro patente curando al paralítico para demostrarnos que no miente.

Esto nos pasa a nosotros muchas veces: Dios no deja de regalarnos cosas a cada segundo de nuestra vida, pero estamos muchas veces como ciegos para ver, y de vez en cuando nos tiene que dar dedadas de miel para que seamos conscientes de que es Él quien hace todo, que no deja de cuidarnos ni un solo instante.

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