Evangelio 29 de enero 2016
Lectura del santo evangelio según san Marcos (4,26-34):
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: «El reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega.»
Dijo también: «¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después brota, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros pueden cobijarse y anidar en ellas.»
Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.
Qué bonito es ver cómo Dios se va acomodando a nuestra vida, a nuestra forma de ser. Tiene que explicar lo más grande, a gente que sería incapaz de entender nada, y lejos de pasar de ellos, se adapta a ellos. No les abandona pese a su pequeñez, y no tiene la tentación de pensar que está perdiendo el tiempo: trata a cada uno como si fuera el único.
Dios siembra en nosotros la pequeña semilla de la fe, y si no la ahogamos y la dejamos crecer, hará de nuestra vida algo grande, y nuestra fe dará cobijo a los que nos rodean, dará fruto.
El Señor dice que cuando el grano está a punto llega la siega. Es decir, a cada uno nos llega nuestro momento cuando Dios sabe que estamos más preparados. Como no sabemos cuándo va a ser, hay que vivir cada día de cara a Dios como si fuera el último.
Cuando lleguemos a Su presencia, solo nos preguntará una cosa: ¿Has sido feliz?
Que tu vida no sea estéril. Sé útil. Deja poso. Ilumina con tu fe y con tu amor. Y llena los caminos de la tierra con el fuego de Cristo que llevas en tu corazón.
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: «El reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega.»
Dijo también: «¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después brota, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros pueden cobijarse y anidar en ellas.»
Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.
Qué bonito es ver cómo Dios se va acomodando a nuestra vida, a nuestra forma de ser. Tiene que explicar lo más grande, a gente que sería incapaz de entender nada, y lejos de pasar de ellos, se adapta a ellos. No les abandona pese a su pequeñez, y no tiene la tentación de pensar que está perdiendo el tiempo: trata a cada uno como si fuera el único.
Dios siembra en nosotros la pequeña semilla de la fe, y si no la ahogamos y la dejamos crecer, hará de nuestra vida algo grande, y nuestra fe dará cobijo a los que nos rodean, dará fruto.
El Señor dice que cuando el grano está a punto llega la siega. Es decir, a cada uno nos llega nuestro momento cuando Dios sabe que estamos más preparados. Como no sabemos cuándo va a ser, hay que vivir cada día de cara a Dios como si fuera el último.
Cuando lleguemos a Su presencia, solo nos preguntará una cosa: ¿Has sido feliz?
Que tu vida no sea estéril. Sé útil. Deja poso. Ilumina con tu fe y con tu amor. Y llena los caminos de la tierra con el fuego de Cristo que llevas en tu corazón.
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