Evangelio 10 de noviembre 2015
Lectura del santo evangelio según san Lucas (17,7-10):
En aquel tiempo, dijo el Señor: «Suponed que un criado vuestro trabaja como labrador o como pastor; cuando vuelve del campo, ¿quién de vosotros le dice: "En seguida, ven y ponte a la mesa" ¿No le diréis: "Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú" ¿Tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: Cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: "Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer."»
Un hijo de Dios, ni se cree más que nadie ni se vanagloria por haber servido con fidelidad al Señor, ni espera recompensa acorde a su sacrificio, porque ese es su deber.
Hemos sido elevados, gratuítamente, sin ningún mérito por nuestra parte, a la categoría de hijos de Dios, porque nosotros por nosotros mismos somos siervos inútiles.
Igual que no se levantan monumentos a los pinceles de un gran pintor, sino que son meros instrumentos en manos de un grandioso artista, así nosotros no nos podemos quedar ni con un ápice de la Gloria que le debemos a Dios con nuestros actos.
Cuentan que un torero muy famoso de mediados del siglo XX, cristiano, católico practicante, cada vez que realizaba una buena faena en el ruedo y le cogían a hombros para dar la vuelta a la plaza, mientras la gente le tiraba flores y le aplaudía, él levantaba los brazos como es costumbre, pero lejos de lo que nadie pudiera pensar, él repetía para dentro de sí "Todo para la gloria de Dios". No quería quedarse nada de los dones que había recibido, sino que los devolvía a su "Dueño".
Nuestro trabajo, nuestra vida entera no es más que un regalo por el que dar gracias a cada instante.
Propósito para hoy: darle con nuestra vida muchas gracias a Dios, y decirle constantemente "Todo para tu gloria, que no tenga más libertad que la de amarte".
En aquel tiempo, dijo el Señor: «Suponed que un criado vuestro trabaja como labrador o como pastor; cuando vuelve del campo, ¿quién de vosotros le dice: "En seguida, ven y ponte a la mesa" ¿No le diréis: "Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú" ¿Tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: Cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: "Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer."»
Un hijo de Dios, ni se cree más que nadie ni se vanagloria por haber servido con fidelidad al Señor, ni espera recompensa acorde a su sacrificio, porque ese es su deber.
Hemos sido elevados, gratuítamente, sin ningún mérito por nuestra parte, a la categoría de hijos de Dios, porque nosotros por nosotros mismos somos siervos inútiles.
Igual que no se levantan monumentos a los pinceles de un gran pintor, sino que son meros instrumentos en manos de un grandioso artista, así nosotros no nos podemos quedar ni con un ápice de la Gloria que le debemos a Dios con nuestros actos.
Cuentan que un torero muy famoso de mediados del siglo XX, cristiano, católico practicante, cada vez que realizaba una buena faena en el ruedo y le cogían a hombros para dar la vuelta a la plaza, mientras la gente le tiraba flores y le aplaudía, él levantaba los brazos como es costumbre, pero lejos de lo que nadie pudiera pensar, él repetía para dentro de sí "Todo para la gloria de Dios". No quería quedarse nada de los dones que había recibido, sino que los devolvía a su "Dueño".
Nuestro trabajo, nuestra vida entera no es más que un regalo por el que dar gracias a cada instante.
Propósito para hoy: darle con nuestra vida muchas gracias a Dios, y decirle constantemente "Todo para tu gloria, que no tenga más libertad que la de amarte".
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