Próxima Beatificación de un obispo español. "Que la gente cuando os mire vea a Dios"

El próximo 27 de septiembre, se beatificará en Madrid a un obispo español de nuestro tiempo: D. Álvaro del Portillo.

Todas las personas estamos llamadas a ser santas: a llegar al Cielo y ser felices con Dios para siempre. Por eso, cuando la Iglesia tiene la certeza de que alguna persona ha vivido las virtudes de manera heróica, la propone como modelo de santidad para que podamos imitarle.

En este caso, D. Álvaro era madrileño. Nació el 11 de marzo de 1914, tercero de ocho hermanos, en una familia cristiana. Era Doctor Ingeniero de Caminos y Doctor en Filosofía y en Derecho Canónico.
Decidió estudiar Ingeniería aunque le gustaba en principio el Derecho, porque "era muy tímido y no le gustaba hablar en público". Luego la realidad fue bien distinta.

Cuando estaba en la Universidad, un compañero de clase le invitó a un Retiro espiritual dirigido por San Josemaría Escrivá, Fundador del Opus Dei. Allí, comentaba, que tras una meditación predicada por San Josemaría sobre el Amor de Dios y la Virgen, "me quedé hecho fosfatina", y decidió en ese instante entregar su vida a Dios en el Opus Dei, siendo una persona entregada a Dios en medio del mundo, a través de su trabajo profesional y acercando a la gente a Dios. Tenía 22 años.

Pasó la guerra pasando de un ejército a otro como muchas personas, para poder sobrevivir. Durante ese tiempo vivió fielmente su vocación y con su ejemplo arrastraba a muchos que tenía al lado.

Al terminar la Guerra, se ordena sacerdote. En la visita que hizo Álvaro del Portillo al Obispo de Madrid, para comunicarle que quería ordenarse sacerdote, este le preguntó a Álvaro: “Álvaro, ¿te das cuenta de que vas a perder tu personalidad? Ahora eres un ingeniero prestigioso, y después vas a ser un cura más”. El Obispo quedó conmovido ante la respuesta de Álvaro: “Señor Obispo, la personalidad hace muchos años que se la he regalado a Jesucristo”.

Se convirtió muy pronto en la ayuda más firme de San Josemaría, y permaneció a su lado durante casi cuarenta años, como su colaborador más próximo.

En 1946 fijó su residencia en Roma, junto a San Josemaría. Su servicio infatigable a la Iglesia se manifestó, además, en la dedicación a los encargos que le confirió la Santa Sede como consultor de varios Dicasterios de la Curia Romana y, especialmente, mediante su activa participación en los trabajos del Concilio Vaticano II.



El 15 de septiembre de 1975 fue elegido primer sucesor de San Josemaría. El 28 de noviembre de 1982, al erigir la Obra en Prelatura Personal, el Santo Padre Juan Pablo II le nombró Prelado del Opus Dei, y el 6 de enero de 1991 le confirió la ordenación episcopal.

Toda la labor de gobierno del Siervo de Dios se caracterizó por la fidelidad al Fundador y su mensaje, en un trabajo pastoral incansable para extender los apostolados de la Prelatura por todo el mundo, siempre en servicio de la Iglesia.

Colegios, Universidades, hospitales, centros sanitarios... Desarrolló e impulsó multitud de proyectos sociales en diversos países, sobre todo en África, continente del que era un enamorado.

Su entrega al cumplimiento de la misión recibida, siguiendo las enseñanzas de San Josemaría, hundía sus raíces en un hondo sentido de la filiación divina, fruto de la acción del Espíritu Santo, que le llevaba a buscar la identificación con Cristo en un abandono confiado a la voluntad de Dios Padre, constantemente alimentado por la oración, la Eucaristía y una tierna devoción a la Santísima Virgen.

Su amor a la Iglesia se manifestaba por su profunda comunión con el Papa y los Obispos. Su caridad con todos, la solicitud infatigable por sus hijas e hijos en el Opus Dei, la humildad, la prudencia y la fortaleza, la alegría y la sencillez, el olvido de sí y el ardiente afán de ganar almas para Cristo, reflejado también en el lema episcopal —regnare Christum volumus!—, junto con la bondad, la serenidad y el buen humor que irradiaba su persona, son rasgos que componen el retrato de su alma.

Todos los testimonios que se han recogido sobre él coinciden en lo mismo: era una persona que te escuchaba como si no tuviera otra cosa que hacer, como si fuera lo más importante del mundo, y que transmitía paz. Daba paz. Estaba enamorado del Señor y de la Virgen, y ese amor lo trataba de transmitir a todo el mundo.

En la madrugada del 23 de marzo de 1994, pocas horas después de regresar de una peregrinación a Tierra Santa, donde había seguido con intensa piedad los pasos terrenos de Jesús, desde Nazaret al Santo Sepulcro, el Señor llamó a Sí a este siervo suyo bueno y fiel. La mañana precedente había celebrado su última Misa en el Cenáculo de Jerusalén.


El mismo día 23 de marzo, el Santo Padre Juan Pablo II acudió a rezar ante sus restos mortales, que ahora reposan en la Cripta de la Iglesia Prelaticia de Santa María de la Paz —viale Bruno Buozzi, 75, Roma—, continuamente acompañados por la oración y el cariño de los fieles del Opus Dei y de millares de personas.



El mensaje que viene a transmitir el Opus Dei es que todos, absolutamente todos, estamos llamados a ser santos, y que se puede serlo a través de las cosas de la vida ordinaria: del trabajo, la familia, el descanso... Y que esa alegría que experimentamos por ser hijos de Dios, tenemos que transmitirla a los demás para que todo el mundo conozca a Cristo.
Es simplemente renovar la llamada inicial de todo cristiano, confirmada de nuevo con el Concilio Vaticano II.

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Por eso, a D. Álvaro se le piden cosas muy de la vida diaria: encontrar trabajo, un problema familiar, enfermedades, mejorar en algún aspecto de la vida interior que cuesta...

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