Amar al mundo apasionadamente

Cuando se ve la fe de manera que solo en la iglesia como templo, se puede vivir la vida cristiana, parece que solo ahí se puede estar cerca de Dios.Y ser cristiano es, entonces, ir al templo, participar en sagradas ceremonias, incrustarse en una sociología eclesiástica, en una especie de mundo segregado, que se presenta a sí mismo como la antesala del cielo, mientras el mundo común recorre su propio camino. La doctrina del Cristianismo, la vida de la gracia, pasan entonces como rozando el ajetreado avanzar de la historia de mi vida, pero sin encontrarse con ella.

Efectivamente, participar de la vida de la Iglesia, la Parroquia,... Es importante y muy bueno, porque nos ayuda a salir de nosotros mismos y darnos a Dios y a los demás. Pero reducir la vida cristiana exclusivamente a eso, sería tener una visión deformada del Cristianismo.

Sin embargo, un santo de la Iglesia cuya fiesta celebramos hoy, San Josemaría, nos dice: "Allí donde están vuestros hermanos los hombres, allí donde están vuestras aspiraciones, vuestro trabajo, vuestros amores, allí está el sitio de vuestro encuentro cotidiano con Cristo. Es, en medio de las cosas más materiales de la tierra, donde debemos santificarnos, sirviendo a Dios y a todos los hombres".

El mundo no es malo, porque ha salido de las manos de Dios, porque es criatura suya, porque Yaveh lo miró y vio que era bueno (Cfr. Gen 1, 7 y ss.).
Somos los hombres los que lo hacemos malo y feo, con nuestros pecados y nuestras infidelidades. Cualquier modo de evasión de las honestas realidades diarias es para nosotros, cosa opuesta a la voluntad de Dios.

Dios nos llama a servirle en y desde las tareas civiles, materiales, seculares de la vida humana: en un laboratorio, en el quirófano de un hospital, en el cuartel, en la cátedra universitaria, en la fábrica, en el taller, en el campo, en el hogar de familia y en todo el inmenso panorama del trabajo, Dios nos espera cada día.

Hay un algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes, que toca a cada uno de nosotros descubrir.

A veces tenemos la tentación de llevar como una doble vida: la vida interior, la vida de relación con Dios, de una parte; y de otra, distinta y separada, la vida familiar, profesional y social, plena de pequeñas realidades terrenas.
No puede haber una doble vida, no podemos ser como esquizofrénicos, si queremos ser cristianos: hay una única vida, hecha de carne y espíritu, y ésa es la que tiene que ser en el alma y en el cuerpo santa y llena de Dios: a ese Dios invisible, lo encontramos en las cosas más visibles y materiales.
O sabemos encontrar en nuestra vida ordinaria al Señor, o no lo encontraremos nunca.

San Pablo escribió también: ya comáis, ya bebáis, hacedlo todo para la gloria de Dios (1 Cor 10, 31)..

Realizar el trabajo con perfección, amar a Dios y a los hombres al poner amor en las cosas pequeñas de vuestra jornada habitual, descubriendo ese algo divino que en los detalles se encierra.

Cuando un cristiano desempeña con amor lo más intrascendente de las acciones diarias, aquello rebosa de la trascendencia de Dios. La vocación cristiana consiste en hacer endecasílabos de la prosa de cada día.

En la línea del horizonte, parecen unirse el cielo y la tierra. Pero no, donde de verdad se juntan es en nuestros corazones, cuando vivímos santamente la vida ordinaria.

No es verdad que nuestros días sean iguales. Si ponemos amor, cada día es distinto.

Consecuencia de nuestro amor a Dios, amamos a los demás y por ende al mundo como Él lo ama, apasionadamente.

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