" Hemos visto su estrella en Oriente, y venimos a adorarle "

Celebramos el día 6 la fiesta de la Epifanía del Señor. El día en que los Reyes Magos de Oriente siguen la Estrella hasta Belén, donde estaba Jesús recién nacido.

"Entrando en la casa, vieron al Niño con María, su Madre, y, arrodillados, le adoraron" (Mt II, 11.). Nos arrodillamos también nosotros delante de Jesús, del Dios escondido en la humanidad: le repetimos que no queremos volver la espalda a su divina llamada, que no nos apartaremos nunca de Él; que quitaremos de nuestro camino todo lo que sea un estorbo para la fidelidad a lo que nos pide a cada uno.

Pedimos en estos días Fe como la de los Reyes Magos: la convicción de que ni el desierto, ni las tempestades, ni la tranquilidad de los oasis nos impedirán llegar a la meta del Belén eterno: la vida definitiva con Dios.

Si la estrella luce de antemano, para orientarnos en nuestro camino de amor de Dios, no es lógico dudar cuando, en alguna ocasión, se nos oculta. Ocurre en determinados momentos de nuestra vida interior, casi siempre por culpa nuestra, lo que pasó en el viaje de los Reyes Magos: que la estrella desaparece. Conocemos ya el resplandor divino de nuestra vocación, a la que cada uno estamos llamados. Sabemos que es algo definitivo, pero quizá el polvo que levantamos al andar –nuestras miserias– forma una nube opaca, que impide el paso de la luz.

Disponemos de la Palabra de Dios y de la gracia de Cristo que se da en los sacramentos, y el testimonio y el ejemplo de quienes viven rectamente junto a nosotros, y que han sabido construir con sus vidas un camino de fidelidad a Dios.

Que podamos acabar estos días tan intensos de la Navidad teniendo la certeza de que hemos avanzado en nuestra Fe.


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